En el panorama empresarial actual, el acceso a un volumen virtualmente infinito de datos no ha logrado reducir la incertidumbre. Empresarios y directivos son plenamente conscientes de que la abundancia de información no simplifica sus decisiones, y la incertidumbre sigue siendo una constante en sus procesos de negocio.
Por otro lado, la racionalidad se ha asociado tradicionalmente con la satisfacción de los instintos propios y la maximización de la utilidad, y asumimos que los agentes empresariales (directivos, clientes, competidores o proveedores), actúan de manera racional.
Sin embargo, un número creciente de expertos está cuestionando el paradigma de la racionalidad. De hecho, muchos directivos empresariales actúan de forma aparentemente irracional, y es precisamente ese comportamiento anómalo y disruptivo el que genera innovación y beneficios, tanto para sus empresas como para sí mismos.
Cumplir con el estándar de racionalidad se vuelve especialmente complicado cuando se afronta una etapa de fuerte incertidumbre, donde es casi imposible predecir cómo evolucionarán los mercados y las circunstancias.
Aunque solemos asociar la racionalidad con la prudencia, seguir haciendo lo mismo, si se interpreta como una prudencia extrema que nos mantiene estáticos, resulta poco dinámico y efectivo. De hecho, está demostrado que en tiempos de incertidumbre es cuando surgen las mejores oportunidades de negocio. Ver artículo “Innovación en tiempos de incertidumbre”
Independientemente de la inclinación cultural de los empresarios y directivos, así como de su grado de racionalidad o aversión a la incertidumbre, su principal objetivo es tomar decisiones que generen valor y garanticen la persistencia y competitividad de la empresa.
Para lograrlo, necesitan tener una visión lo más objetiva posible de su entorno y un diagnóstico preciso de lo que sucede en el interior de sus compañías. En definitiva, saber responder a preguntas en presente como “¿Qué está pasando aquí?”, y en futuro “Qué pasará en los próximos meses?” que no suelen ser simples.
Un par de recomendaciones para conseguirlo:
1. Buscar respuestas mirando dentro de la empresa, no fuera. La referencia a elementos externos nunca debería resultar satisfactoria para quien pide aclaraciones
2. Adoptar tecnologías de IA para poder tomar decisiones más informadas y estratégicas, mejorar la competitividad, reducir los errores de juicio humano y aumentar la eficiencia operativa.
La inteligencia artificial (IA) emerge como una herramienta clave para abordar los desafíos asociados con la racionalidad y la incertidumbre. Permite conciliar ambos conceptos incorporando racionalidad algorítmica para gestionar la incertidumbre, y su aplicación en las empresas constituye una ventaja competitiva significativa
La incertidumbre es una realidad constante en los negocios, y la IA puede ayudar a las organizaciones a lidiar con ella de manera más efectiva. Al utilizar modelos predictivos y técnicas de inferencia, la IA puede estimar y cuantificar la incertidumbre asociada a determinadas acciones, lo que permite evaluar los riesgos y ganancias potenciales de manera más precisa.
La racionalidad en la toma de decisiones empresariales implica evaluar objetivamente todas las opciones y seleccionar la mejor en función de los datos disponibles. En entornos complejos, los humanos pueden verse afectados por sesgos cognitivos y limitaciones de información, lo que puede llevar a decisiones incorrectas. En este escenario es donde la IA puede intervenir y mejorar significativamente el proceso:
Analizando en tiempo real grandes volúmenes de datos (estructurados y no estructurados)
Identificando patrones y tendencias ocultas
Haciendo predicciones de comportamientos futuros
Proporcionando información precisa para respaldar la toma de decisiones
Simulando escenarios y evaluando el impacto potencial de diferentes decisiones en entornos inciertos.